El mayor portaviones estadounidense está en aguas del Caribe, acompañado de la última generación de barcos y aviones de combate, además de miles de marines. Llegan, dicen en Washington, para detener el tráfico de cocaína y otras drogas que, dice la verdad, no se producen por ahí. También, claro, se aprovecha para “salvar” a los venezolanos de una “dictadura narco”. Entonces unos cobardes vendepatrias están aplaudiendo y rogando que se cumpla…
Nuestro Eduardo Galeano dijo: “Cada vez que Estados Unidos salva a un pueblo, lo deja convertido en un manicomio o en un cementerio”.
Le faltó decir que, en casi todos los casos donde Washington ha impuesto su “civilización” y su “democracia”, ha contado con el apoyo y aplausos de “patriotas” cobardes y vendepatrias, a quienes también se les puede llamar traidores, quintacolumnistas, cipayos, pitiyanquis, entreguistas, colaboracionistas, mercenarios y todos los sinónimos que correspondan. O, si lo desean en su idioma preferido: traitors to the country, sellouts, double-crossers. O más: bastardos de los colaboracionistas Quisling, noruego, y el francés Petaint, dos de los grandes traidores a sus pueblos durante la Segunda Guerra Mundial.
Unos ejemplos, entre muchos: Como en otros casos, por cobardía y, en especial, por no tener apoyo interno, los vendepatrias no fueron capaces de enfrentarse a Saddam Hussein. Entonces rogaron a Estados Unidos para que hiciera el “trabajito” por ellos: que invadiera Irak y derrocara a quien había sido un entrañable aliado hasta poco antes.
Dentro o fuera, se prestaron para que la CIA fabricara una enorme cantidad de mentiras, que la prensa monopólica multiplicó con entusiasmo y sin verificar, como las famosas “armas de destrucción masiva”, que nunca aparecieron. Cuando se les cumplió el deseo, muchos de ellos murieron bombardeados o a tiros de fusil y de tanque, provenientes de quienes creían sus aliados.
Aunque la verdad sea dicha: quienes más insistieron por la invasión estaban, en esos momentos, en Estados Unidos o en Europa, sin temor de ser masacrados. Luego, cuando el país quedó en ruinas y con más de medio millón de civiles asesinados, el invasor impuso las condiciones en que debían gobernar sus escogidos.
Esos “patriotas”, cobardes vendepatrias, fueron la continuidad de quienes, en agosto de 1953, apoyaron el primer golpe de Estado concebido por la CIA, que derrocó al primer ministro iraní Mohammad Mosaddeq, quien se había atrevido a nacionalizar el petróleo. Vinieron entonces 28 años de una monarquía represiva, durante los cuales se encarceló o ejecutó incluso a muchos de los que habían aplaudido el golpe.
También están esos “patriotas”, cobardes vendepatrias, que a pedido de la CIA pidieron a coro el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, el que osó nacionalizar tierras de la bananera United Fruit Company. Consumado ese primer golpe de Estado de la CIA en América Latina, junio de 1954, el país vivió décadas de dictaduras y una terrorífica represión que dejó más de 200.000 asesinatos y desapariciones políticas, sin contar los altísimos índices de pobreza.
“Patriotas”, cobardes vendepatrias, incluidos en este caso sectores de la izquierda, de los sindicatos, y todos los medios de prensa, que ovacionaron a Washington mientras la CIA preparaba el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende. Hasta saltaron de excitación viendo a los aviones bombardear la sede de gobierno, aquel 11 de septiembre de 1973, y se abrazaron felices al ver en el poder al carnicero general Augusto Pinochet. Pocas horas después, muchos de esos mismos fueron torturados, asesinados o ambas cosas. Y Chile cayó en una larga y sangrienta dictadura.
Y, para seguir sólo en América Latina, también está el ejemplo de aquellos vendepatrias mercenarios, que, por orden de Washington, masacraron a su propio pueblo en Nicaragua para acabar con la revolución sandinista en la década de los ochenta. A pesar de la guerra de desgaste impulsada por Washington, los revolucionarios estaban sacando al país de la miseria. Esos llamados “contras” se financiaron particularmente con el narcotráfico, organizado desde la oficina del entonces vicepresidente George Bush padre. Cuando regresaron al poder los “defensores de la libertad”, como los llamaba su jefe Ronald Reagan, Nicaragua volvió a ser uno de los países más pobres de la región.
Desde hace unos veinte años, ese mismo tipo de calañas, cobardes vendepatrias, anda pidiendo invasiones contra la Venezuela chavista y bolivariana; así como contra Nicaragua, después de que los sandinistas recuperaron el poder por voluntad popular. Estos, desde Estados Unidos, más precisamente los residentes en la Florida, se han sumado, con hermandad de quislings y petanistas, a los que piden lo mismo para Cuba desde 1959, aprovechando la experiencia de estos hematófagos (término científico para denominarlos, aunque me gustan más llamarlos garrapatas).
Lo que no se esperaba es que, en este año 2025, aparecieran en Colombia esos especímenes de “patriotas”, cobardes vendepatrias. Son voces de la oligarquía, incluida su prensa, que, ante la masiva pérdida de credibilidad entre la mayoría de la población, están rogando por una urgente intervención militar extranjera que acabe con el gobierno del presidente Gustavo Petro, el primer mandatario que no forma parte de esa casta que durante 200 años poseyó las riendas completas de la nación.
Claro, solo hicieron público su deseo después de que su guía y “sendero luminoso” en Washington, en este caso el maniático dictador Donald Trump, señalara al presidente Petro de casi enemigo de Estados Unidos y hasta de narcotraficante, por atreverse a rechazar la militarización que desarrolla en el Caribe, destinada a una agresión contra Venezuela. Y, que de rebote directo, abrazaría a Colombia y desestabilizaría a toda la región.
Tengamos en cuenta que la colombiana no es una simple oligarquía: es una de las más hambreadoras, represivas y sangrientas del mundo. Además, hace unos 50 años empezó a usufructuar del narcotráfico hasta erigir el actual narcoestado. Aun así, extrañamente, ha sido uno de los principales aliados estratégicos de Estados Unidos, y no solo para el continente.
A pesar de ello, no recuerdo que alguien de izquierda, o progresista, dentro o fuera del país, haya pedido una invasión de una potencia extranjera para sacar a esa horrible peste del poder: han preferido enfrentarla con todas las formas de lucha.
Como es lógico, tal y como lo hacen esos cubanos, venezolanos y nicaragüenses, cobardes vendepatrias, el ruego de estos representantes de la narco-oligarquía se lo hacen a su “estrella del Norte”, el gobierno de Estados Unidos. Lo que aumenta la gravedad en el caso colombiano y, por lógica, en el de Venezuela, es que para ello se podría utilizar a la OTAN, ya que Colombia es un “asociado externo preferencial” de esa criminal y facinerosa alianza militar.
A los políticos y funcionarios estadounidenses que los han recibido, no les ha importado que tales emisarios estén considerados en Colombia como muy cercanos o partícipes directos de las bandas narco-paramilitares. No: solo les encanta escuchar el clamor que llevan, al coincidir con sus intereses.
Han contado con el apoyo de congresistas como Mario Díaz-Balart, Carlos Giménez, María Elvira Salazar y Ted Cruz, de origen cubano; y del de origen colombiano Bernie Moreno, familiar de narcotraficantes —uno de ellos, su tío, encarcelado en Estados Unidos—. Lleva la batuta el actual secretario de Estado, Marco Rubio, también de origen cubano, quien igualmente tiene familiares relacionados con el narcotráfico. Estos políticos, desde el primer momento en que Petro fue elegido, lo tildaron de “terrorista” por su pasado de guerrillero.
Esos congresistas de extrema derecha, son los mismos que, desde el inicio de sus carreras políticas, han pedido castigos económicos e invasiones a Cuba, Venezuela y Nicaragua, en ese orden de prioridad. Con ese discurso consiguieron los votos que los impulsaron en un estado, Florida, donde la mafia es dueña de lo político y de casi todo. Mafia creada por quienes salieron huyendo de la revolución cubana, los mismos que multiplicaron sus fortunas al participar en la guerra antisandinista, con su respectivo tráfico de cocaína.
Los cobardes vendepatrias cubanos, venezolanos y nicaragüenses, muy mayoritariamente establecidos cómodamente en Estados Unidos y Europa, están regocijados porque les huele a invasión. Así están aquellos colombianos. No les importa el cómo quedaron los países ya invadidos por los marines al llevar la “libertad”, pues confían en que Estados Unidos y sus aliados no actuarán así en los suyos, y menos contra ellos.
Son tan increíblemente vendepatrias (y todos los demás sinónimos utilizados anteriormente), esos cubanos, venezolanos y nicaraguenses, que no logran reflexionar algo tan lógico: en sus países siguen viviendo muchos de sus familiares grandes amistades, mujeres, ancianos y niños. ¿O no les importan? ¿Se les debe recordar que ni las bombas ni los marines saben distinguir a quién no deben matar? Además, quien las lanza o dispara ni les importan, pues son simples indios los que mueren.
Ah, que no se les olvide a esos cobardes vendepatrias que la historia no se cansa de demostrarlo: ¡Roma paga a los traidores, pero los desprecia!
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