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Estados Unidos todavía cree que América Latina es un tablero que puede mover a su antojo. Impone sanciones, dicta políticas, reparte etiquetas de “aliados” o “enemigos” según su conveniencia. Pero el mundo cambió. El imperio del Norte no gobierna más sobre pueblos que piensan, producen y resisten.
El Caribe no es su patio, ni Sudamérica su oficina. Sin embargo, todavía existen gobiernos que se arrodillan para mendigar aprobación, aplausos o dólares. Gobiernos que cambian soberanía por promesas vacías, que celebran la dependencia como si fuera modernidad.
A esos gobiernos hay que decirles la verdad: la sumisión no es estrategia, es renuncia.
Y a los pueblos hay que recordarles algo más importante: ninguna nación será libre mientras sus dirigentes obedezcan órdenes extranjeras.
El “No King EE.UU.” no es un grito de odio, sino un límite histórico. Significa que ningún presidente latinoamericano tiene derecho a entregar su país por miedo o por debilidad. Significa que los pueblos tienen el deber moral de resistir cada intento de recolonización, aunque venga disfrazado de préstamo, tratado o “ayuda humanitaria”.
Venezuela demostró que se puede resistir. Cuba lo demostró hace décadas. Y hoy el Caribe, el sur y el corazón del continente tienen una sola tarea: no repetir la obediencia que nos atrasó un siglo.
Ya no se trata de izquierda o derecha. Se trata de dignidad. Los pueblos deben ponerse de pie. Porque cuando un gobierno se arrodilla, la historia lo pisa.
No King EE.UU.
Ni amos, ni tutores, ni excusas.
¡América Latina es soberana!
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