Que nadie se equivoque. La agresión estadounidense no va a distinguir entre venezolanos buenos y venezolanos malos; amigos y enemigos; aliados y adversarios. La amenaza es sobre todo un país, no solo sobre una parte de él. A Donald Trump no le importa un solo venezolano, con independencia de que sea un patriota o un traidor que agita la banderita de las barras y las estrellas. Para él, todos somos terroristas potenciales.
O, como mínimo, sujetos subalternos ante la superioridad civilizatoria blanca de origen anglosajón. Por lo tanto, sujetos prescindibles.
Tampoco se confunda nadie pensando que estamos ante una situación excepcional provocada por un loco delirante. Sin menoscabo de la personalidad desquiciada de Trump, lo cierto es que la agresión gringa a Latinoamérica hunde sus raíces en la historia y tiene no menos de siglo y medio de antigüedad.
Narrativa Imperialista
La consideración imperial sobre el continente es un continuo que permea todas las administraciones de Estados Unidos. Poca diferencia hay entre Monroe, Roosevelt, Eisenhower, Kennedy, Nixon, Reagan, Clinton, los Bush, Obama, Biden y ahora Trump.
La diferencia quizás estribe en que la puesta en escena de este último sea más extravagante (o, según se mire, más acorde con estos tiempos de exhibicionismo narcisista e histriónico propiciado por las redes sociales).
Cuando Estados Unidos califica como terrorista a Nicolás Maduro y a otros cargos de su gobierno, en realidad está extendiendo esta consideración sobre todos los ciudadanos venezolanos. Y ese todos incluye no solo a los que residen en el territorio nacional, sino también a aquellos que viven en otros países.
De hecho, estos han sido los primeros sobre los que se ha aplicado la violencia, de forma ilegal y sin respetar sus derechos más elementales. En la memoria de todos están las dantescas imágenes de personas venezolanas secuestradas y trasladadas a los campos de concentración posmodernos de Bukele.
Respuesta Unificada
Por tanto, si la amenaza es genérica sobre todos los venezolanos y venezolanas, la respuesta también debe ser genérica. Ya no se puede hablar de una batalla política, ideológica o siquiera partidaria. La agresión que está en ciernes sobre el país y sobre sus ciudadanos, con independencia de donde se encuentre, demanda un sentido de unidad.
Poco importa a quien se haya votado en cada elección, las simpatías o lealtades ideológicas, los posicionamientos partidarios. Como en tantos otros capítulos de la historia cimarrona, dura, muchas veces atroz pero también heroica, de Venezuela, son momento de reunirse en torno a la bandera, a las legítimas instituciones de la república y a los liderazgos elegidos por el pueblo, tanto en las elecciones como en la praxis cotidiana de cada movimiento popular.
No hay otra opción. Sin unidad, no hay victoria. No hay medias tintas. Cuando la historia convoca con tanta virulencia, los resultados son en blanco o negro. La derrota sería global, para todos y cada uno de los venezolanos, no importa con quién supongan que están alineados.
Pero la victoria también será global, para absolutamente cada hombre y cada mujer de este país. Si para Trump, todos somos terroristas. Para la historia, todos debemos ser héroes.










