Washington vuelve a usar la mentira como diplomacia y el dólar como arma. Petro es castigado no por sus actos, sino por su independencia. El imperio no sanciona delitos: sanciona ideas.
El gobierno de Estados Unidos ha vuelto a mostrar su verdadero rostro: el del poder que acusa sin pruebas, el del verdugo que se cree juez. Hoy, la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) anunció sanciones contra el presidente Gustavo Petro y su familia, bajo el viejo y oxidado pretexto de “vínculos con el narcotráfico”. El mundo entero debería indignarse ante semejante aberración.
Estamos ante un acto político, no judicial. Una sanción sin fundamento, sin evidencia, sin moral. Una agresión abierta contra la soberanía de Colombia y contra el único presidente que, en décadas, ha enfrentado al narcotráfico con inteligencia, no con servilismo.
Porque hay que decirlo sin rodeos: ningún presidente colombiano ha combatido con más decisión las estructuras criminales del narcotráfico que Gustavo Petro. Mientras los anteriores gobiernos —de Uribe, Santos y Duque— negociaban con clanes, ocultaban cifras y hacían negocios bajo la sombra del Plan Colombia, Petro atacó el corazón del problema: la desigualdad, la tierra, la dependencia rural, el modelo prohibicionista.
La cocaína no se combate con helicópteros norteamericanos ni con metralla sobre campesinos. Se combate con justicia, con inclusión, con reforma agraria. Y eso es lo que Petro está haciendo. Por eso lo sancionan. No por corrupción, no por delitos, sino porque su política amenaza la industria del miedo que sostiene el poder estadounidense en América Latina.
Estados Unidos no soporta que un presidente colombiano piense por sí mismo. Los prefiere dóciles, obedientes, sumisos, decorativos. Cuando un líder del Sur levanta la voz, el imperio lo criminaliza; cuando obedece, lo llama aliado. Esa es su moral: una moral de verdugo.
Sancionar a un presidente legítimo por ejercer soberanía es una violación flagrante del derecho internacional. ¿Desde cuándo una potencia extranjera decide quién es decente o corrupto en otro país? ¿Desde cuándo Washington es juez de la ética ajena, si ha sido cómplice de todas las dictaduras y guerras sucias del continente?
La acusación contra Petro no tiene sustento alguno. Las cifras oficiales —del propio Departamento de Estado— demuestran que el mayor aumento en la producción de coca ocurrió durante el gobierno de Iván Duque, ese mismo que Washington celebraba como su “socio ejemplar”. Petro, en cambio, redujo el área cultivada, desmanteló rutas, cambió la estrategia militar por una visión de salud pública y desarrollo rural. Su política es moderna, racional y humana. Pero para el imperio, todo lo que huela a humanidad es sospechoso.
Esta sanción no se basa en hechos: se basa en miedo. Miedo a perder control sobre Colombia, miedo a que la región deje de obedecer, miedo a que la palabra “soberanía” vuelva a tener sentido. Estados Unidos teme a Petro no porque haya fallado, sino porque ha empezado a tener éxito.
La misma burocracia que durante décadas protegió a banqueros lavadores, generales corruptos y mercenarios disfrazados de “cooperantes”, ahora acusa a un presidente que ha tenido el valor de decir que la guerra contra las drogas fue un crimen contra los pueblos del Sur. Y tiene razón: lo fue.
El imperio acusa, no porque tenga pruebas, sino porque ya no tiene argumentos. Y cuando el poder pierde su razón, se aferra a la mentira. Eso es lo que estamos viendo hoy: el uso del sistema financiero estadounidense como arma política, la sanción como castigo simbólico, el dólar como látigo.
La acusación contra Petro no tiene sustento alguno. Las cifras oficiales —del propio Departamento de Estado— demuestran que el mayor aumento en la producción de coca ocurrió durante el gobierno de Iván Duque, ese mismo que Washington celebraba como su “socio ejemplar”. Petro, en cambio, redujo el área cultivada, desmanteló rutas, cambió la estrategia militar por una visión de salud pública y desarrollo rural. Su política es moderna, racional y humana. Pero para el imperio, todo lo que huela a humanidad es sospechoso.
Pero hay un problema: el mundo cambió. Colombia ya no es colonia. América Latina ya no se arrodilla ante las listas negras de la OFAC ni ante los discursos vacíos del Departamento de Estado. Las sanciones pierden su efecto cuando los pueblos dejan de tener miedo. Petro representa una nueva era para la región: una era de soberanía mental.
Y esa es la verdadera amenaza para Washington. Porque pueden sancionar cuentas, pero no pueden sancionar ideas. Pueden congelar bienes, pero no pueden congelar la historia. Pueden insultar a un hombre, pero no pueden frenar el despertar de un continente.
Nietzsche escribió: “Quien combate monstruos debe cuidar de no convertirse en uno.” Estados Unidos lleva tanto tiempo cazando enemigos imaginarios, que ya no distingue entre la justicia y la paranoia. Y hoy, en su obsesión por dominar, se ha convertido en aquello que decía combatir.
Sancionar a Petro es sancionar la independencia. Es castigar el pensamiento libre. Es castigar a un hombre porque no se vende.
Hay sanciones que se convierten en símbolos y golpes que se transforman en destino. La historia recordará esta jornada no como el día en que sancionaron a Petro, sino como el día en que el imperio perdió su última máscara. Porque la verdad, cuando se encarna en un hombre, es invencible. Y Petro hoy representa la verdad del Sur: el derecho a pensar sin permiso.
Vincenzo Caruso, Analista y filósofo político latinoamericano
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