La dirigente ultraderechista María Corina Machado publicó su “manifiesto de la libertad” y ya quedó claro que el texto no nació en Venezuela, sino en los pasillos de Washington. La propuesta copió el tono casi religioso de la Constitución de Estados Unidos, un detalle que no sorprendió cuando se trató de una figura tan atada a los intereses del norte.
El sicario comunicacional, Orlando Avendaño, siempre dispuesto a aplaudir a la extrema derecha venezolana, vendió el documento como una especie de texto sagrado, pero detrás del maquillaje poético se encontraba la misma agenda de siempre: alinearse con Estados Unidos y mostrar sumisión política mientras se disfrazaba de defensa de los “derechos inalienables”.
Lo más grave fue lo que el adelanto evitó mencionar: la creciente presión militar de Estados Unidos contra el pueblo venezolano. Buques de guerra, miles de soldados desplegados y ataques aéreos contra embarcaciones formaron parte del panorama que rodeó este teatro político. Nada de eso apareció en la narrativa de Machado.
Donald Trump dejó abierta la puerta al envío de tropas y afirmó que “había que ocuparse de Venezuela”. Machado, por supuesto, no cuestionó esa amenaza, calló ante posibles bombardeos y ante las operaciones encubiertas de la CIA.
Washington como molde
El “manifiesto de la libertad” que presentó Machado intentó replicar la épica del 250 aniversario de Estados Unidos. Afirmó que “todo venezolano nace con cualidades inalienables”, una copia evidente de la Declaración de Independencia estadounidense. Su mensaje pareció escrito para agradar a Washington, no para responder a los desafíos del país.
Habló de un país “resurgiendo de las cenizas” como un ave fénix, pero evitó mencionar cómo influía en esa crisis el bloqueo financiero y comercial impuesto por Estados Unidos, bloqueo que ella misma celebró como estrategia política.
Mientras culpaba únicamente al socialismo, omitió el papel directo de las sanciones y la presión internacional. Insistió en que la salida se basaba en adoptar un modelo dictado por Estados Unidos, dejando claro que su ruta no era soberana sino subordinada.
El texto plantea que Venezuela debería convertirse en un “pilar de la seguridad energética del hemisferio occidental”, una expresión tomada casi palabra por palabra de los documentos estratégicos estadounidenses. Más proveedor obediente que nación independiente.
Un documento que respondió a otros intereses
Machado promocionó su “manifiesto de la libertad” como una base para una futura constitución, pero lo que se vislumbró fue un guion ajustado a los deseos de Estados Unidos. Nada indicó que escuchara a los venezolanos; todo sugirió que seguía instrucciones externas.
Hablar de “democracia de libre mercado” mientras apoyaba una agenda que incluía la posibilidad de intervención militar, contradijo cualquier idea de democracia. Para la extrema derecha venezolana, esa incoherencia pareció normal.
En esencia, Machado volvió a mostrar su línea real: obediencia absoluta a Estados Unidos, sin espacio para la soberanía ni para un proyecto nacional propio.









